Carlos Blanco.
Buenos días, tristeza
"Como dijo aquel viejo sabio en Salamanca: vencerán, pero no convencerán"
En un país caribeño hay un teniente coronel que manda. El oficial tuvo sueños en su tardía adolescencia, los cuales se juntaron con su temprano desvarío. Quiso hacer de su comarca un espacio de iguales, en el sentido de eliminar las diferencias, serruchándolas. Logró la igualdad mediante la confección quirúrgica de un país de mochos, tullidos, desnarigados, tuertos y cojos; en general, mutilados. La amputación revolucionaria los igualó. Es que el teniente coronel, con tanto afán, quiso eliminar los defectos de sus compatriotas, que no pudo resistir la tentación de modelarlos, tal como hizo Dios al comienzo de los tiempos, tomando en sus manos aquella imperfecta arcilla primordial. Este militar intenta hacer de sus súbditos lo que aquel Dios vanidoso y todopoderoso intentó: construir seres a su imagen y semejanza. Como se ha visto en la Obra Divina, Dios erró; a nadie se le ocurrirá pensar que un ser perfecto haya construido estos homínidos que pueblan el planeta, altamente inconclusos y defectuosos. Sin embargo, a pesar de lo que enseña la historia, el militar caribeño sigue en su propósito redentor. El Asunto es la Libertad. La libertad se pierde de varias maneras. Una, es el machetazo; la orden miserable del tirano. Otra, se desarrolla a través de la asfixia progresiva; la pérdida de oxígeno; el sofoco. La más perversa es posible que sea aquélla del miedo que aísla a los seres humanos, los encueva, los encierra, y, al final, los convierte en protozoarios urbanos. El teniente coronel, hábil con los juegos de mano, emplea los tres métodos. Decide que mañana sus compatriotas encenderán la televisión y, si desearan ver el canal 2, no podrán hacerlo. Él juzga que no conviene al buen talante que desea de ellos, que vean las imágenes de sexo, violencia y duro lenguaje que daña la formación de los niños que se congregan frente a la pantalla. Él, que ha hecho de la vulgaridad en su estilo, de la grosería en su lenguaje, de la procacidad en su trato, una marca de fábrica; él, precisamente él, quiere dar lecciones de cómo debe desarrollarse un canal de televisión. Más aun, ese mismo oficial, culpable de la muerte de muchas personas al violentar su juramento militar y pretender dar un golpe de Estado, ahora acusa a los que se le oponen de tener similares intenciones a las que él tuvo. Acusa a los demás de estar tan desesperados frente a la injusticia, la corrupción, la impudicia actuales, que pueden intentar -con las mismas razones- un golpe de Estado. No advierte el confuso militar que un medio de comunicación no es un destacamento de paracaidistas ni una división blindada; es mucho más fuerte que eso, cuando hay libertad; es infinitamente más débil que eso, cuando hay tiranía. Instalado en su Sala de Máquinas, este Bolívar -en su tercera y desmejorada edición- posee otro método que es el de controlar el flujo de oxígeno en el orfanato que cree regentar. No es de buen ver en eso de relacionarse con la reina de Inglaterra y un, ahora evasivo, Zapatero, teniendo que apelar siempre a la navaja pendenciera, para saldar cuentas políticas. Es mucho mejor la asfixia. Convertir a los compatriotas en ex ciudadanos. Hacer, por ejemplo, lo que el Gobierno hizo con la hija de Carlos Andrés Pérez y de doña Blanca de Pérez: obligarla a pedir un favor que es un derecho, la obtención del pasaporte, y luego de muchas horas de espera, negárselo. El truco es ése: convertir derechos en dádivas concedidas voluntaria y caritativamente por los que mandan. Cuando quieren, a la hora que les apetezca, para que se sepa de una vez por todas, que todos los que deambulan por allí sólo pueden hacerlo porque están en libertad provisional. A punto de cana. El más refinado, hasta la fecha, es el método que procura la animalización de la ciudad, de la polis. A los bichos que protestan se ensaya someterlos al silencio, al encierro. No es para proveer a los ciudadanos la ansiada soledad que procura paz al espíritu, sino encerrarlos detrás de la cortina de afonía y de pavor. No hables demasiado; no critiques; calla, es mejor. No es que no puedas gritar, sólo que has de atenerte a las consecuencias. Nadie te va a reprimir, pero deberás suicidarte; tú te hundirás si no sigues las reglas que el teniente coronel impone para tu salvación. Quiere salvarte; quiere liberarte del imperialismo y de las empresas transnacionales; desea que te reencuentres con tu glorioso pasado indígena y con tu herencia bolivariana; ansía colocarte el fusil al hombro: tan bonito que es; así, cargando la cacerina, colocando las balas, apuntando tú también al vecino o al primo que no está tan convencido. Es que el teniente coronel quiere salvarte de muchas cosas; pero, sobre todo y ante todo, quiere salvarte de ti mismo, que eres pecador sin saberlo; que estás al servicio del mal, sin sospecharlo. Cuando él te mutila lo que hace, como cirujano plástico de la guarnición, es producirte más hermoso. No olvides nunca que él te quiere y que, por eso, no puede permitir que los ricos, los blasfemos, los infieles, se apoderen de tu alma. Para salvarte, él está dispuesto a morir; pero antes de ese sacrificio supremo, está dispuesto a matarte. Sabor de Último Día. Estos días tienen sabor a final. Poseen el amargor de la pérdida. Hoy pierden dueños, trabajadores, televidentes, por obra de una voluntad en botas. Sin embargo, hay otra desgracia mayor: la supresión del derecho a decidir. Ellos, que no son -porque no quisieron ser- nosotros, se arrogaron la potestad de mutilar el paisaje cultural, informativo e histórico de los venezolanos. Hace pocos días, un badulaque, profesor universitario, afirmaba por la radio que la supresión de esa voz que hoy muere era un acto revolucionario. Se congratulaba de cómo el militar alzado, ahora pulverizaba a un canal que deformaba la mente de los ciudadanos. Ese prospecto fascista lo que decía, sin ahorrarse palabras, era que frente a la deformación introducida por unos capitalistas, el Estado, es decir, el Gobierno, es decir, el paracaidista que jamás dio un salto que no fuera al vacío, tiene la prerrogativa histórica de remendar la malformación comunicacional. El fascio que vociferaba en la radio, al denunciar lo que supuestamente hacían los otros, clamaba porque su mandante lo hiciera, pero mejor, revolucionariamente; sin apelación alguna. La ingeniería moral que practican los tiranos los lleva a curar el mal mediante la supresión del enfermo. El gato con botas y boina sabrá que esta victoria es muy costosa. Lo que ha pagado hasta este domingo es pálido con lo que comenzará a pagar después de las 12 de la noche de hoy. Esa pantalla rayada y negra y roja es el trofeo de su impudicia y de su perdición. Como dijo aquel viejo sabio en Salamanca: vencerán, pero no convencerán. Al final serán vencidos, aunque el camino cueste muchas tristezas.
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