Revolución y crimen
Aníbal Romero
Miércoles, 28 de noviembre de 2007
Todas las revoluciones cometen crímenes. Lo que la diferencia es la disposición a proclamarles como necesarios u ocultarles como inconvenientes. Robespierre alabó la guillotina, Lenin exaltó la horca, Mao Zedong apeló al hambre y el Che Guevara reivindicó el paredón. En cambio, el revolucionario Hugo Chávez pretendió en sus inicios que su revolución sería "bonita". El proceso bolivariano ya lleva a cuestas varios crímenes, como los cometidos en Puente Llaguno, Caracas, en abril de 2002; mas el régimen ha hecho grandes esfuerzos para distorsionar la historia y convertirse de victimario en víctima. La revolución chavista ha procurado disimular su criminalidad revolucionaria. No obstante, esa situación está cambiando.
Cualquiera que haya visto y escuchado al Presidente venezolano en la televisión, el pasado día viernes 23 de noviembre, cuando se explayó durante cinco horas en agresiones, improperios, insultos y amenazas contra sus adversarios políticos, en uno de los episodios más degradantes protagonizados por un Jefe de Estado en el mundo entero, debe haber percibido que el proceso bolivariano ya está anunciando sin equívocos su verdadera vocación criminal. Si quien lee ahora estas líneas es renuente a creer lo que afirmo, le sugiero que vea en Internet la grabación o lea el texto de ese programa. Allí Hugo Chávez, además de demostrar que es indigno de la Presidencia de la República, puso de manifiesto su caída desde un pedestal original como redentor de una democracia herida, hasta el fondo del abismo que le ha transformado en un tiranuelo latinoamericano más.
Ni el engañoso barniz del Socialismo del Siglo XXI, ni las aspiraciones liberadoras, ni los llamados a la igualdad y la justicia social son ya capaces de esconder el naufragio de la imagen del líder y el incesante desmoronamiento de su proyecto político, dentro y fuera de Venezuela.
Cabe recordar que en 1999, cuando Hugo Chávez asumió la Presidencia del país, hubo un momento, pasajero pero real, durante el cual su figura mesiánica sumó el respaldo del 92% de los venezolanos entonces encuestados. ¡Noventa y dos por ciento! Un pueblo entero se volcaba de buena fe en la presunta dirección de una renovada esperanza. ¿En qué transmutó Chávez esa inmensa reserva de confianza y buena voluntad? ¿Qué pasó para que esa especie de héroe se hiciese lo que es hoy, un violento ser humano circunstancialmente poderoso, que escudado tras su poder incita al crimen contra los que se atreven a disentir de su rumbo político? ¿Qué pasó para que un líder que —muchos creyeron— llevaría a Venezuela a un futuro mejor haya acabado por entregar el país a Fidel Castro y atar nuestro destino al de un fracaso sangriento, como lo ha sido y es la revolución cubana?
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