Nuestra cobertura de esta edición del Festival de Sitges se cerró con un film memorable, una obra maestra que sitúa definitivamente a su director, Satoshi Kon, en el Olimpo de los creadores. Con Paprika, Satoshi Kon culmina casi una década de obsesiones personales que han integrado un corpus conceptual preocupado por aquello que se esconde tras la realidad, por los mecanismos del subconsciente, y por la indagación en la memoria colectiva. Así pues, su último largometraje bebe tanto de su guión para una de las historias de Memories, Magnetic Rose, –la interconexión entre los estados del sueño y la vigilia-, de Perfect Blue –la escisión de la personalidad en un entorno alienante, así como la existencia de realidades paralelas-, de Millenium Actress –la mitificación del mundo del cine y la influencia de la memoria colectiva- y de su serie Paranoia Agent –la represión del ser humano contemporáneo en una sociedad hipertecnificada-. Por lo tanto Paprika, influenciada por las teorías jungianas del inconsciente colectivo y por el psicoanálisis freudiano, supone una absorción y posterior regurgitación de las bases temáticas del cine de Kon, pero doblemente potenciadas. Siguiendo una estructura parecida al cine negro donde varias tramas se desarrollan de forma paralela para terminar imbricándose, el argumento remite a un futuro evidentemente actual, donde una gran compañía desarrolla un aparato que permite introducirse en los sueños de los pacientes para acceder a sus capas más profundas y sanar heridas psíquicas o traumas pretéritos. Pero el robo de una de las máquinas así como el enloquecimiento de algunos de los trabajadores de la corporación da inicio a un desarrollo alambicado que destaca por su afluencia de géneros, desde la ciencia-ficción, el kaiju-eiga, la fantasía high-tech, el thriller, o las intrigas empresariales. A pesar de su apabullante poderío visual y su imaginativa puesta en escena, Paprika es un film de discurso –rico, denso, en ocasiones desbordante-, donde Satoshi Kon dibuja un presente solitario y ensimismado, donde la tecnología no solo ha conseguido alienarnos y controlar nuestra vigilia, sino también ha comenzado a manejar nuestros sueños, esa parcela íntima de nuestra existencia. En Paprika, Satoshi Kon lanza desde el interior de una sociedad eminentemente colectiva, un grito por la individualidad, y logra plasmar la posmodernidad en un gesto, en ese gran carnaval que recorre los sueños de los protagonistas: una muestra más de la ausencia de referentes, de la banalización del símbolo, de la desmitificación de toda creencia.
martes, julio 17, 2007
Animacion :Paprika official trailer
Nuestra cobertura de esta edición del Festival de Sitges se cerró con un film memorable, una obra maestra que sitúa definitivamente a su director, Satoshi Kon, en el Olimpo de los creadores. Con Paprika, Satoshi Kon culmina casi una década de obsesiones personales que han integrado un corpus conceptual preocupado por aquello que se esconde tras la realidad, por los mecanismos del subconsciente, y por la indagación en la memoria colectiva. Así pues, su último largometraje bebe tanto de su guión para una de las historias de Memories, Magnetic Rose, –la interconexión entre los estados del sueño y la vigilia-, de Perfect Blue –la escisión de la personalidad en un entorno alienante, así como la existencia de realidades paralelas-, de Millenium Actress –la mitificación del mundo del cine y la influencia de la memoria colectiva- y de su serie Paranoia Agent –la represión del ser humano contemporáneo en una sociedad hipertecnificada-. Por lo tanto Paprika, influenciada por las teorías jungianas del inconsciente colectivo y por el psicoanálisis freudiano, supone una absorción y posterior regurgitación de las bases temáticas del cine de Kon, pero doblemente potenciadas. Siguiendo una estructura parecida al cine negro donde varias tramas se desarrollan de forma paralela para terminar imbricándose, el argumento remite a un futuro evidentemente actual, donde una gran compañía desarrolla un aparato que permite introducirse en los sueños de los pacientes para acceder a sus capas más profundas y sanar heridas psíquicas o traumas pretéritos. Pero el robo de una de las máquinas así como el enloquecimiento de algunos de los trabajadores de la corporación da inicio a un desarrollo alambicado que destaca por su afluencia de géneros, desde la ciencia-ficción, el kaiju-eiga, la fantasía high-tech, el thriller, o las intrigas empresariales. A pesar de su apabullante poderío visual y su imaginativa puesta en escena, Paprika es un film de discurso –rico, denso, en ocasiones desbordante-, donde Satoshi Kon dibuja un presente solitario y ensimismado, donde la tecnología no solo ha conseguido alienarnos y controlar nuestra vigilia, sino también ha comenzado a manejar nuestros sueños, esa parcela íntima de nuestra existencia. En Paprika, Satoshi Kon lanza desde el interior de una sociedad eminentemente colectiva, un grito por la individualidad, y logra plasmar la posmodernidad en un gesto, en ese gran carnaval que recorre los sueños de los protagonistas: una muestra más de la ausencia de referentes, de la banalización del símbolo, de la desmitificación de toda creencia.
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