"Dar vueltas con tu aliado cambiará tu idea del mundo -dijo don Juan-. Esa idea es todo, y cuando cambia, el mundo mismo cambia.
Me recordó que una vez le había leído un poema y quiso que se lo recitara. Citó unas cuantas palabras y me acordé de haberle leído unos poemas de Juan Ramón Jiménez. El que tenía en mente se titulaba "El viaje definitivo". Lo recité:
...Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará, nostálgico...
-Ése es el sentimiento de que habla Genaro -dijo don Juan-. Para ser brujo, hay que ser apasionado. Un hombre apasionado tiene posesiones en la tierra y cosas que le son queridas, aunque sea nada .más que el camino por donde anda.
"Lo que Genaro te dijo en su historia es precisamente eso. Genaro dejó su pasión en Ixtlán: su casa, su gente, todas las cosas que le importaban. Y ahora vaga al acaso por aquí y allá cargado de sus sentimientos; y a veces, como dice, está a punto de llegar a Ixtlán. Todos nosotros tenemos eso en común. Para Genaro es Ixtlán; para ti será Los Ángeles; para mi...
No quise que don Juan me hablara de sí mismo. Hizo una pausa como si hubiera leído mi pensamiento.
Genaro suspiró y parafraseó los primeros versos del poema.
-Me fui. Y se quedaron los pájaros, cantando.
Durante un instante sentí que una oleada de zozobra y soledad indescriptible nos envolvía a los tres. Miré a don Genaro y supe que, siendo un hombre apasionado, debió haber tenido tantos lazos del corazón, tantas cosas que le importaban y que sin embargo dejó atrás. Tuve la clara sensación de que en ese momento la fuerza de su recuerdo iba a precipitarse en talud, y que don Genaro estaba al filo del llanto.
Aparté con premura los ojos. La pasión de don Genaro, su soledad suprema, me hacían llorar.
Miré a don Juan. Él me observaba.
-Sólo como guerrero se puede sobrevivir en el camino del conocimiento -dijo-. Porque el arte del guerrero es equilibrar el terror de ser hombre con el prodigio de ser hombre.
Contemplé a los dos, uno por uno. Sus ojos eran claros y apacibles. Habían invocado una oleada de nostalgia avasalladora y, cuando parecían a punto de estallar en apasionadas lágrimas, contuvieron la marea. Creo que, por un instante, vi. Vi la soledad humana como una ola gigantesca congelada frente a mí, detenida por el muro invisible de una metáfora.
Mi tristeza era tanta que me sentí eufórico. Abracé a los dos.
Don Genaro sonrió y se puso en pie. Don Juan también se levantó, y colocó suavemente la mano en mi hombro.
-Vamos a dejarte aquí -dijo-. Haz lo que te parezca correcto. El aliado te estará esperando al borde de aquel llano.
Señaló un valle oscuro en la distancia.
-Si todavía no sientes que sea tu hora, no vayas a la cita -prosiguió-. Nada se gana forzando las cosas. Si quieres sobrevivir, debes ser claro como el cristal y estar mortalmente seguro de ti mismo.
Don Juan se alejó sin mirarme, pero don Genaro se volvió un par de veces y, con un guiño y un movimiento de cabeza, me instó a avanzar. Los miré hasta que desaparecieron en la distancia y luego fui a mi coche y me marché. Sabía que aún no había llegado mi hora."
Me recordó que una vez le había leído un poema y quiso que se lo recitara. Citó unas cuantas palabras y me acordé de haberle leído unos poemas de Juan Ramón Jiménez. El que tenía en mente se titulaba "El viaje definitivo". Lo recité:
...Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará, nostálgico...
-Ése es el sentimiento de que habla Genaro -dijo don Juan-. Para ser brujo, hay que ser apasionado. Un hombre apasionado tiene posesiones en la tierra y cosas que le son queridas, aunque sea nada .más que el camino por donde anda.
"Lo que Genaro te dijo en su historia es precisamente eso. Genaro dejó su pasión en Ixtlán: su casa, su gente, todas las cosas que le importaban. Y ahora vaga al acaso por aquí y allá cargado de sus sentimientos; y a veces, como dice, está a punto de llegar a Ixtlán. Todos nosotros tenemos eso en común. Para Genaro es Ixtlán; para ti será Los Ángeles; para mi...
No quise que don Juan me hablara de sí mismo. Hizo una pausa como si hubiera leído mi pensamiento.
Genaro suspiró y parafraseó los primeros versos del poema.
-Me fui. Y se quedaron los pájaros, cantando.
Durante un instante sentí que una oleada de zozobra y soledad indescriptible nos envolvía a los tres. Miré a don Genaro y supe que, siendo un hombre apasionado, debió haber tenido tantos lazos del corazón, tantas cosas que le importaban y que sin embargo dejó atrás. Tuve la clara sensación de que en ese momento la fuerza de su recuerdo iba a precipitarse en talud, y que don Genaro estaba al filo del llanto.
Aparté con premura los ojos. La pasión de don Genaro, su soledad suprema, me hacían llorar.
Miré a don Juan. Él me observaba.
-Sólo como guerrero se puede sobrevivir en el camino del conocimiento -dijo-. Porque el arte del guerrero es equilibrar el terror de ser hombre con el prodigio de ser hombre.
Contemplé a los dos, uno por uno. Sus ojos eran claros y apacibles. Habían invocado una oleada de nostalgia avasalladora y, cuando parecían a punto de estallar en apasionadas lágrimas, contuvieron la marea. Creo que, por un instante, vi. Vi la soledad humana como una ola gigantesca congelada frente a mí, detenida por el muro invisible de una metáfora.
Mi tristeza era tanta que me sentí eufórico. Abracé a los dos.
Don Genaro sonrió y se puso en pie. Don Juan también se levantó, y colocó suavemente la mano en mi hombro.
-Vamos a dejarte aquí -dijo-. Haz lo que te parezca correcto. El aliado te estará esperando al borde de aquel llano.
Señaló un valle oscuro en la distancia.
-Si todavía no sientes que sea tu hora, no vayas a la cita -prosiguió-. Nada se gana forzando las cosas. Si quieres sobrevivir, debes ser claro como el cristal y estar mortalmente seguro de ti mismo.
Don Juan se alejó sin mirarme, pero don Genaro se volvió un par de veces y, con un guiño y un movimiento de cabeza, me instó a avanzar. Los miré hasta que desaparecieron en la distancia y luego fui a mi coche y me marché. Sabía que aún no había llegado mi hora."
Viaje a Ixtlan De Carlos castaneda
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