Me
hallaba en una ciudad, sucia llena de hollín. Llovía y toso era oscuro, era
invierno y de noche. La ciudad era Liverpool. Con otra gente, digamos una media
docena de suizos, iba yo por las calles oscuras. Tenía la sensación de que
veníamos del mar, del puerto, y la ciudad propiamente dicha estaba allá arriba,
sobre los cliff. Hacia allí íbamos nosotros. Me recordaba Basilea, allá abajo
se divisa el mercado, y por la Totengassen se llega una planicie, a la
Petersplatz y a la grandiosa Peterniche.
Cuando llegamos a la altiplanicie
hallamos una amplia plaza, débilmente iluminada por faroles, donde desembocaban
muchas calles. Los barrios de la ciudad eran radiales y tenían por centro a esta
plaza. En el centro se hallaba un estanque redondo y en su interior una pequeña
isla central. Mientras todo estaba cubierto por lluvia, la niebla, el humo y la
noche escasamente iluminada, la pequeña isla resplandecía a la luz del sol.
Allí había un árbol solitario, un magnolio recubierto flores rojas.
Era como si
el árbol estuviese al sol y a la vez fuera luz. Mis compañeros comentaban el
terrible tiempo y al parecer no veían el árbol. Hablaban de otro suizo que
vivía en Liverpool y se asombraban de que se hubiese trasladado precisamente
aquí. Yo estaba admirado por la belleza del árbol florido y por la isla
iluminada por el sol pensé: Ya sé por qué, y desperté.
Carl Jung.
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