A partir de entonces, Abbado, como anteriormente había hecho Giuseppe Sinopoli, se enroló en sus filas. Encontraba en el proyecto una auténtica vocación de educación insólita. “Lo novedoso de este proyecto es la inclusión de todos”. Sólo se pide la partida de nacimiento. “Todo el que quiere entrar tiene un hueco. Con sólo pedirlo, vale”. Eso fue fundamental para toda la gente sin recursos. “Se les había negado el acceso a la educación cultural, a la formación artística y a la sensibilidad, que no tiene nada que ver con la intelectual y que es tan importante como ésta”. Abreu se propuso abrir esa puerta y sabía que así podría lograr su sueño inicial: “Por lo menos una orquesta en cada ciudad, en cada localidad. ¿Se imagina lo que es eso? La armonía de todo un pueblo”, dice. Pero esa profunda revolución no era cosa de individuos. Sobre todo debía ser objetivo de grupos. He ahí otra clave del sistema. En vez de fomentarse el esfuerzo en solitario se apuesta por lo colectivo. Justo lo contrario a lo que ocurre en el resto del mundo y sobre todo en los conservatorios europeos, la cuna de la música occidental. “Al poco tiempo de ingresar en el sistema, el niño ya está tocando en una orquesta”, asegura Abreu.
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