En Sarría, los chavales cargan con su instrumento y un pack con sándwich, fruta y chocolatinas. Rafael Elster, su responsable, es todo un personaje entregado al sistema. Él iba para trompetista de élite. De hecho estudió en la prestigiosa Juillard School, de Nueva York, y formó parte de alguna renombrada orquesta. “Al poco tiempo de estar allí, casi sin hablarme con nadie, en un clima de competencia feroz, me pregunté: ‘¿Qué hago yo aquí?’. Estoy malgastando mi vida. Y me vine a enseñar”, asegura. “En una orquesta sabes lo que puedes aportar, pero yo aquí he aportado 10 veces más. He sacado muchísimo más partido a mi vida que como músico profesional”, confiesa. Aquella manía por la perfección, por el sello, por el sonido único… “¿A quién le importa eso? A los pocos que van a verte, te aplauden y se marchan a sus casas. ¿Qué sentido tiene?”. Elster ha encontrado en este modo de vida, integrado hasta los huesos en un barrio marginal, con niños a los que ha tenido que comprar zapatos para que fueran a la escuela, su sentido, su vida, porque no tiene otra. “Estoy casado, mi mujer es cantante, pero vive en Estados Unidos. No tenemos tiempo para la vida familiar”, afirma.
La solución de muchos es casarse entre ellos. Ocurre con frecuencia, así que el sistema es tremendamente endogámico. Está muy inspirado en otras experiencias educativas que Abreu admira, como la Institución Libre de Enseñanza, una organización que en Venezuela tuvo su predicamento después del exilio español, porque fue donde llegaron familias republicanas como los Azcárate.
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