A Paola Chistori, con 10 años, de padre carpintero, le costaba aguantar la trompeta. Aún hoy sorprende que lo consiga con esos brazos que tiene, como fideos. Pero el entrenamiento al que le sometió su maestro, Rafael Elster, responsable del núcleo de Sarría, uno de los barrios más conflictivos de Caracas, dio resultado: “Me obligó a levantar cada día durante un tiempo dos sacos llenos de harina”, cuenta Paola. Ella chorreaba talento, y Elster, que es trompetista, enseguida se dio cuenta. Dos años después, Paola está en la selección infantil y juvenil.
Ha llegado allí desde un barrio donde los callejones no tienen nombre y los ranchos -las viviendas marginales- se ganan cada metro entre ladrillo, tejavana, cemento, piedras y un hueco para las antenas parabólicas en una de las laderas plagadas de chabolas rojizas que rodean la capital. En una ciudad asolada por la inseguridad, donde se producen más de 100 asesinatos a la semana -que el Gobierno de Chávez niega con la cerrazón del populista charlatán que engaña a sabiendas-, el sonido de la música de estos niños es un principio de esperanza que no ha cesado.
La seguridad es uno de los alicientes para los padres. Los niños están superprotegidos en los núcleos. A muchos se les lleva directamente a sus casas cuando terminan el trabajo, como comentan John Yánez o Jegriker Anato, de 16 y 17 años, integrantes de los coros cuyo lema cambia: “El nuestro es ‘cantar y luchar”, apuntan. Seguridad y comida: “Cantar, luchar y comer”, agrega Gregory Cedeño, que de no conseguir una carrera como cantante, se hará cocinero. “Nos dan cosas muy ricas. Entré en el sistema con 69 kilos, ahora peso 81″.
Ha llegado allí desde un barrio donde los callejones no tienen nombre y los ranchos -las viviendas marginales- se ganan cada metro entre ladrillo, tejavana, cemento, piedras y un hueco para las antenas parabólicas en una de las laderas plagadas de chabolas rojizas que rodean la capital. En una ciudad asolada por la inseguridad, donde se producen más de 100 asesinatos a la semana -que el Gobierno de Chávez niega con la cerrazón del populista charlatán que engaña a sabiendas-, el sonido de la música de estos niños es un principio de esperanza que no ha cesado.
La seguridad es uno de los alicientes para los padres. Los niños están superprotegidos en los núcleos. A muchos se les lleva directamente a sus casas cuando terminan el trabajo, como comentan John Yánez o Jegriker Anato, de 16 y 17 años, integrantes de los coros cuyo lema cambia: “El nuestro es ‘cantar y luchar”, apuntan. Seguridad y comida: “Cantar, luchar y comer”, agrega Gregory Cedeño, que de no conseguir una carrera como cantante, se hará cocinero. “Nos dan cosas muy ricas. Entré en el sistema con 69 kilos, ahora peso 81″.
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