domingo, febrero 21, 2010

LA LLAMA DE UNA VELA ....

A través de un refinado discurso, Gastón Bachelard introduce al lector en los misterios de la llama mediante una profunda reflexión y un lenguaje que, en sí, es alegoría de la ensoñación y de lo que el velador de La llama de una vela percibe en sus largas noches de contemplación.
De manera extraña la vida solitaria del velador se desdobla en la soledad del otro a través de una lectura sumamente poética en la que el autor se introduce en las aguas de la vida que es vista en su analogía con la vela que arde. El mundo asume entonces sus múltiples paradojas y se convierte en un espacio para el ser y el no ser, la vida y la muerte y, muy por sobre todo, un espacio para la soledad. Las horas atraviesan ondulantes mientras en contraste con el reloj de arena la llama denota un tiempo que se hace mediante su verticalidad ascendente, una aspiración del velador hacia un mundo otro que le es inmanente y al que accede mientras percibe en soledad cómo el pensamiento se diluye en la ensoñación, situación que, por otra parte resulta lejana al sueño mismo; de hecho para Bachelard el velador no sueña y se mantiene en ese estado intermedio donde todo cambia para llegar las profundidades más sutiles de la vida misma.
Mediante un recorrido que estilísticamente resulta en la perfecta analogía de la llama, el lenguaje se hiperboliza hasta un exquisito grado máximo, lo oscuro pasa a ser luminoso y de este modo confronta el lector con una nueva dualidad, el claroscuro que le es propio a la vela que arde y que representa, como antes dije, al propio velador o al poeta que desarrolla su obra desde ese espacio a media luz donde todo yace aletargado y la obra poética nace, de alguna manera, en estrecha conexión con la luz que emana de manera ondulante.
El uso de frases axiales como la vida-llama o la llama-vida, confiere una rica textura liquida a este texto de gran potencia poética; ello, aunado a la hiperbolización temporal va en procura de una estética de la penumbra, una mirada a la iluminación a través de la propia media luz.
Del mismo modo Bachelard lleva a cabo una configuración arquitectónica de la obra donde se emula perfectamente la llama que se va desarrollando a partir de un pequeño prólogo, chispa inicial que enciende la mirada del lector tal como el ojo del gato que alumbra en la noche de manera de entrar con suavidad en el universo de La llama de una vela. Es entonces cuando el tiempo se disgrega para darnos un recorrido a través de la génesis de las velas en su primer capítulo que el autor denomina “El pasado de las velas”. El lector se sumerge lentamente, con precisión azarosa, en las profundidades del inconsciente, estado facilitador de la ensoñación que será leit motiv de la obra. De ahí nos ubica en “La soledad del soñador de vela”, suerte de alegoría en la que ya el autor comienza a introducirnos en la perspectiva de diversos poetas y artistas que dejaron testimonio de su experiencia con la soledad frente a la ondulante llama; nombres como Novalis, Claudel y Octavio Paz, entre otros, entran en este juego donde lo atemporal se hace regla.
Entonces el mundo se expande, la llama acrecienta su luz y paulatinamente atravesamos esa verticalidad creadora de mundos nuevos hacia “Las imágenes poéticas de la llama en el mundo vegetal” donde, a través de las analogías de la vida y de la muerte y, sobre todo, de lo vertical de la ascensión hacia una suerte de Uno primordial el reino vegetal evoluciona como la llama misma, tal y como las flores brillan con la misma incandescencia sublime del candil. Llegado este punto, la experiencia de Bachelard nos muestra a un velador que se desdobla a “La luz de la lámpara”; el tiempo se proyecta hacia un presente rutilante donde el soñador de nosotros mismos se confronta con la lámpara vigilante, una dualidad donde se pierden todas las referencias y el suave desconcierto reina como a punto de extinción.
Esta lectura de Bachelard resulta, muy por sobre todo, una experiencia de la verticalidad, ascenso sublime hacia la otredad de uno mismo, espacio abierto para el viajante, sueño detenido del velador.

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