lunes, mayo 07, 2012

Los Libros del Viaje


  Juego De Tronos  De  George R. R. Martin



Nieta de la épica antigua (Epopeya de Gilgamesh; la Ilíada y la Odisea, de Homero; Las Argonáuticas, de Apolonio de Rodas; la Eneida, de Virgilio; el Ramayana) e hija de la épica medieval (Beowulf, Cantar de los Nibelungos, Cantar de Roldán, Cantar del Mío Cid), la épica fantástica contemporánea nos narra las aventuras de héroes y villanos librando la interminable batalla entre el bien y el mal en mundos medievales, aderezado de reyes, caballeros, castillos, hechicería y creaturas mitológicas como dragones, unicornios, gigantes y gnomos. Esta nueva épica, que tiene como máxima referencia la trilogía El señor de los anillos, de J. R. R. Tolkien, cuenta entre sus exponentes destacados a Historias de Terramar, de Ursula Le Guin; Crónicas de Narnia, de C. S. Lewis; La historia interminable, de Michael Ende; Harry Potter, de J. K. Rowling; Mundo de tinta, de Cornelia Funke; Memorias de Idhún, de Laura Gallego; y Canción de hielo y fuego, de George R. R. Martin, cuyo poderoso primer tomo, Juego de tronos, me ocupa ahora.
A juzgar por su primera entrega, no es casual el éxito apabullante de esta saga. Millones de ejemplares vendidos, traducciones a treinta idiomas, la aprobación prácticamente unánime de críticos y lectores, y una exitosa adaptación televisiva dan cuenta de su amplia aceptación. Se trata, sin duda, de una obra mayor, de gran ambición, que merece un lugar de privilegio no solo entre sus semejantes, sino entre la mejor literatura a secas.
Al norte de los Siete Reinos, en la fría población de Invernalia, Eddard Stark y los suyos (su mujer, dos hijas y tres hijos legítimos, un hijo bastardo y decenas de subordinados) llevan una vida apacible, a la espera de un invierno cruel que siempre está por llegar y que ya lleva siete años sin presentarse. La calma tocará a su fin muy pronto: el rey Robert Baratheon viaja a Invernalia con toda su corte desde el cálido sur para pedir a su gran amigo Ned (Eddard) que acepte ser su mano derecha, con lo cual el norteño tomaría las riendas de los Siete Reinos. El primer impulso de Ned es rechazar el ofrecimiento: detesta las intrigas palaciegas y ama la vida que lleva en Invernalia. Pero, además de que un no sería una grave ofensa para su amigo, lo convence la posibilidad de investigar si el cuñado de su mujer,  Jon Arryn, anterior mano derecha del rey, murió de una fiebre severa o fue asesinado por los Lannister, familia política de Robert. Así comienza la aventura de Ned, que lo llevará a enfrentarse a la telaraña de mentiras, traiciones, embrollos y hambre de poder palaciegos, y de la cual difícilmente saldrá indemne.
George R.R. Martin (foto: Yerpo/wikimedia)
A diferencia de otras novelas de épica fantástica, en Juego de tronos la perspectiva dominante no es la del héroe principal: aunque el narrador siempre es el mismo, uno en tercera persona, el foco rota de capítulo a capítulo. Si no me olvido de alguna, son ocho las perspectivas consignadas que se van alternando en un orden no estricto, sino flexible: la de Ned; la de su esposa Catelyn; las de sus hijos Bran, Arya, Sansa y Jon; la de Tyrion, el hijo enano y taimado de los Lannister, un personaje ambiguo y complejo; y la de Daenerys, la hija más pequeña del rey muerto y destronado años atrás por Robert y Ned, la cual buscará recuperar el trono perdido junto a su hermano Viserys. Este multiperspectivismo enriquece la historia narrada al darnos a conocer los puntos de vista de personajes con visiones del mundo variadas e incluso contrapuestas, sin que ninguna de ellas aparezca caricaturizada. El autor se esfuerza por entender las pasiones y anhelos de sus personajes centrales, por muy burdas o ingenuas que resulten. Otra diferencia entre este libro y otros de su género es que la primera parte de Canción de hielo y fuego no escamotea las bajas pasiones de sus personajes: la lujuria, el sexo, la vulgaridad y el incesto desfilan con naturalidad por sus páginas.
A pesar de sus casi 800 páginas en letra pequeña de la edición reciente de Plaza y Janés en México, Juego de tronos se lee con creciente interés, sin tramos pedregosos. La tensión se va intensificando gracias a su sólida trama; a ello se suman algunas incógnitas que azuzan aún más la curiosidad de quien lee (en algunos pasajes, incluso, Ned Stark hace el papel de detective). Pero el arte del buen narrar no es el único atributo del libro. También lo son la complejidad en la caracterización de los personajes principales, que suelen estar atravesados de claroscuros y que nunca se confunden unos con otros, y la profundidad de su indagación en el anhelo de poder de sus creaturas ficticias.
Si bien la magia no abunda en el libro, como bien han señalado otros comentaristas, sí está presente de forma discreta y promete una aparición de mayor peso en próximas entregas. Muchas preguntas quedan pendientes al final de este volumen, no solo relativas a la guerra por el trono, sino a la amenaza de unas criaturas aterradoras que se acercan por el norte y al inminente regreso de la heredera del rey depuesto. Estos enigmas no parecen trampas puestos por el autor para comprometer a sus lectores a continuar con la serie, sino el avance natural y necesario de la trama.
Aunque son diversos los conflictos que aborda la novela (el nacer bastardo en una sociedad en la que serlo es una gran limitación, el asumir la invalidez en la juventud, el anhelar un papel que uno no puede cumplir según las normas imperantes, el descubrir que la vida es menos heroica e ideal que en las canciones, el aprender a sobrellevar la deformidad y el rechazo), quizá su centro sea el poder: el anhelarlo, el conseguirlo, el ejercerlo, el perderlo. Aunque situado en un pasado imaginario, remoto, el libro no es ajeno a las pasiones humanas actuales, que no difieren, en esencia, de las antiguas: el hambre de poder sigue moviendo los hilos que terminan por marcar el rumbo de sociedades enteras. Leer ficción, pues, sirve para entretenerse, para ganarle la partida a la monotonía, para desafiar la condena de tener una sola vida y desear muchas, pero también para descubrir cómo somos, tanto al interior, en diálogo con nosotros mismos, como en interacción con los otros, semejantes y divergentes, espejos y deformaciones. Confirmo esta idea leyendo Juego de tronos.

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