martes, agosto 12, 2008


ANGELA BOTO


El arte también es curativo.


El filósofo Emile M. Cioran explicó en numerosas ocasiones que su obra era fruto de un acto curativo, había comenzado a escribir para no volverse loco. El propio Dalí se definía como un paranoico a la vez que añadía: «Debo ser el único de mi especie que ha dominado y transformado en potencia creadora, gloria y júbilo una enfermedad mental tan grave».
El arte, en todas sus formas, no sólo es un modo de expresión, sino una herramienta terapéutica que en los últimos años ha experimentado un importante desarrollo como forma de complementar los tratamientos de diversas enfermedades y también como un medio de crecimiento personal. El empleo del arte como vehículo de comunicación, como exploración de uno mismo e, incluso, para exorcizar las miserias personales es tan antiguo como la propia Humanidad. Como Cioran y Dalí, otros muchos artistas se iniciaron en la música, la pintura o la danza como una vía de escape, como una cura.
Estos personajes han practicado, de algún modo, lo que ahora se denomina arteterapia, a la vez que han creado obras sublimes. Sin pretender pasar a la historia y ni siquiera con la intención de crear algo bello, el resto de los mortales puede emplear estas formas de expresión para superar alteraciones emocionales, como terapia de apoyo en trastornos psiquiátricos e incluso para hacer más llevaderas enfermedades tan graves como el cáncer o el Alzheimer. De hecho, Dalí no podría considerarse «el único» porque esta técnica lleva más de 50 años ayudando a pacientes de Gran Bretaña y EEUU. Ahora llega también a España.
En el VII Congreso Europeo de Arteterapia, celebrado en Madrid en el mes de septiembre, Paola Luzzato, responsable del servicio de arteterapia del Memorial Sloan-Kettering Cancer Center (EEUU), describía el caso de una mujer de mediana edad diagnosticada de un cáncer de mama con metástasis. Esta paciente no aceptaba la idea de su enfermedad, rechazaba el tratamiento y hablaba continuamente de suicidio. Luzzato explicaba que una sola sesión sumergida en los entresijos de la expresión artística fue suficiente para que la enferma considerara, al menos, la posibilidad de continuar con la terapia antitumoral que su oncólogo le había indicado.




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