jueves, agosto 30, 2007

Viaje a Ixtlan .


"Dar vueltas con tu aliado cambiará tu idea del mundo -dijo don Juan-. Esa idea es todo, y cuan­do cambia, el mundo mismo cambia.
Me recordó que una vez le había leído un poema y quiso que se lo recitara. Citó unas cuantas palabras y me acordé de haberle leído unos poemas de Juan Ramón Jiménez. El que tenía en mente se titulaba "El viaje definitivo". Lo recité:

...Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará, nostálgico...

-Ése es el sentimiento de que habla Genaro -dijo don Juan-. Para ser brujo, hay que ser apasionado. Un hombre apasionado tiene posesiones en la tierra y cosas que le son queridas, aunque sea nada .más que el camino por donde anda.
"Lo que Genaro te dijo en su historia es precisa­mente eso. Genaro dejó su pasión en Ixtlán: su casa, su gente, todas las cosas que le importaban. Y ahora vaga al acaso por aquí y allá cargado de sus senti­mientos; y a veces, como dice, está a punto de llegar a Ixtlán. Todos nosotros tenemos eso en común. Pa­ra Genaro es Ixtlán; para ti será Los Ángeles; para mi...
No quise que don Juan me hablara de sí mismo. Hizo una pausa como si hubiera leído mi pensa­miento.
Genaro suspiró y parafraseó los primeros versos del poema.
-Me fui. Y se quedaron los pájaros, cantando.
Durante un instante sentí que una oleada de zozo­bra y soledad indescriptible nos envolvía a los tres. Miré a don Genaro y supe que, siendo un hombre apasionado, debió haber tenido tantos lazos del cora­zón, tantas cosas que le importaban y que sin em­bargo dejó atrás. Tuve la clara sensación de que en ese momento la fuerza de su recuerdo iba a preci­pitarse en talud, y que don Genaro estaba al filo del llanto.
Aparté con premura los ojos. La pasión de don Genaro, su soledad suprema, me hacían llorar.
Miré a don Juan. Él me observaba.
-Sólo como guerrero se puede sobrevivir en el ca­mino del conocimiento -dijo-. Porque el arte del guerrero es equilibrar el terror de ser hombre con el prodigio de ser hombre.
Contemplé a los dos, uno por uno. Sus ojos eran claros y apacibles. Habían invocado una oleada de nostalgia avasalladora y, cuando parecían a punto de estallar en apasionadas lágrimas, contuvieron la ma­rea. Creo que, por un instante, vi. Vi la soledad humana como una ola gigantesca congelada frente a mí, detenida por el muro invisible de una metáfora.
Mi tristeza era tanta que me sentí eufórico. Abracé a los dos.
Don Genaro sonrió y se puso en pie. Don Juan también se levantó, y colocó suavemente la mano en mi hombro.
-Vamos a dejarte aquí -dijo-. Haz lo que te parezca correcto. El aliado te estará esperando al borde de aquel llano.
Señaló un valle oscuro en la distancia.
-Si todavía no sientes que sea tu hora, no vayas a la cita -prosiguió-. Nada se gana forzando las cosas. Si quieres sobrevivir, debes ser claro como el cristal y estar mortalmente seguro de ti mismo.
Don Juan se alejó sin mirarme, pero don Genaro se volvió un par de veces y, con un guiño y un movi­miento de cabeza, me instó a avanzar. Los miré hasta que desaparecieron en la distancia y luego fui a mi coche y me marché. Sabía que aún no había llegado mi hora."
Viaje a Ixtlan De Carlos castaneda

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