sábado, mayo 28, 2011

Jardineros y violetas

Por José Manuel Lopera

Había una vez un sabio llamado Erickson al que todos acudían en busca de enseñanzas. Y había una vez un joven terapeuta sediento de conocimiento sobre el arte de cambiar personas. Pero como no podía permitirse pagar sus clases, le ofreció a cambio de su pupilaje lo único que sabía hacer bien: se ofreció para ser su jardinero. El Dr. Erickson acabó aceptando y aquél jardinero años más tarde llegó a ser el creador de la Terapia Orientada a Soluciones, un gran estudioso de la hipnosis y de las terapias narrativas, Bill O'Hanlon.

Este jardinero me contó un día un cuento que Erickson le contó. Un cuento para que lo conteis si os llega el momento apropiado. Como el mismo los escribió en su libro “Desarrollar Posibilidades”, (Paidos Terapia Familiar, 2001), dejaré que sean sus palabras quienes os evoquen esta historia de flores y renacimientos.

"La filosofía que subyace a la terapia orientada a soluciones se resume en un relato que contaba Milton Erickson acerca de su encuentro con una mujer que sufría una grave depresión con tendencias suicidas y cuyo sobrino, un médico colega de Erickson, le había pedido que viera durante una visita que hizo a Milwaukee para dar una conferencia. La mujer, que había acabado en una silla de ruedas, sólo salía de casa para ir a la iglesia y evitaba el contacto con la gente cuando asistía a los oficios.
Cuando llegó Erickson para la visita que había concertado con el sobrino, pidió a la mujer que le enseñara el resto de su sombría casa. Todas las cortinas estaban echadas y había muy poca luz, hasta que el recorrido acabó en la pieza que era el orgullo y la alegría de la mujer, un vivero de plantas anexo a la casa. Después de que la mujer le hubiera enseñado con orgullo unas violetas africanas recién trasplantadas, Erickson le dijo que su sobrino había estado muy preocupado por su depresión, pero que ahora [Erickson] había podido ver cuál era el verdadero problema. Con mucha seriedad le dijo que no estaba siendo una buena cristiana ni cumpliendo con sus deberes como tal. Ella contestó con frialdad que se consideraba muy buena cristiana y que su opinión le había sentado mal. No, respondió él, ahí estaba ella con todo ese dinero (una herencia considerable) y todo ese tiempo en sus manos, con un don de Dios para trabajar con las plantas y ella dejaba que todo aquello se desperdiciara. Le recomendó que se hiciera con una copia de la hoja parroquial y que visitara a cada persona de la parroquia en las ocasiones de dolor o de alegría (nacimientos, defunciones, enfermedades, graduaciones o compromisos) llevando como obsequio una planta de violetas africanas que ella misma hubiera cultivado.
Un día, mientras estaba estudiando bajo la supervisión de Erickson, éste me enseñó un álbum de recortes con un artículo de un periódico de Milwaukee que se había publicado varios años después de su visita a esta mujer y que tenía el siguiente titular: «La Reina de las violetas africanas ha fallecido: miles de personas lloran su muerte». Cuando le pregunté a Erickson por qué no se había centrado en lo que le ocasionaba la depresión, me contestó: «Después de mirar por toda la casa, la única señal de vida que había visto eran esas violetas africanas. Pensé que sería más fácil hacer crecer la parte de violeta africana que había en su vida que arrancar la cizaña de la depresión».

Ésta es, en pocas palabras, la terapia orientada a soluciones: si se cultiva y se hace crecer aquella parte de la vida de la gente que le ofrece soluciones y da sentido a su existencia en lugar de destacar las partes patológicas y problemáticas, se pueden obtener unos cambios asombrosos y con mucha rapidez. "

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